Desnuda el alma
al llegar la aurora
despojada de hojarasca vacía.
Solitaria en si misma
meciéndose en su propia indigencia
aspirando al fin encontrarse
en el recóndito mar de su interior.
Sin ecos del pasado
sin añorar un futuro lejano
acariciando la paz de los días venideros
con el amor de la primera vez.
No hay lugar para la nostalgia
cuando el corazón ama la vida y las gentes
y recorre los caminos cantando coplas de amor
enlazando sus pies en un baile con gritos silenciosos.
Atrapando ilusiones perdidas en el asfalto
de la gran ciudad
o en la orilla de un río
en el silencio de un atardecer
donde uno es capaz
de perdonarse a sí mismo.
Bailar a la vida
para curar viejas heridas
soltar las penas escondidas
que puedan volar libres al fin.
El precio de encontrarse y aceptarse
trae consigo una paz no perecedera
y se divisa una luz en el horizonte
desconocida hasta ahora
que ilumina nuestros miedos
y todo aquello que nos hacía sufrir.
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