Hasta las rosas lloran
y aunque parece
que el dolor no tiene dueño
se acomoda a mi lado
silencioso y arisco
hasta formar parte de mi todo.
Se hace un hueco
como si tal cosa
sin pedirme permiso
arañándome el alma
agazapado y viejo
me posee con fuerza.
Señor y dueño
de mi angustia
imposible desprenderme
de su regia atadura
cadena invisible
que aprisiona mis lágrimas
que van cayendo lentas.